En 2017, la sala fue adquirida por una agrupación religiosa, que se encargó de su recuperación, para servir como templo pero también como teatro, con el nombre de Teatro Gran Plaza.
Se cambiaron las butacas, se readecuaron sus instalaciones y se obtuvo la correspondiente habilitación.
Pero (siempre hay un pero), una de las intervenciones completamente desacertadas de los nuevos propietarios fue intervenir en los decorados cerámicos de las paredes de las escaleras de acceso al lugar. Las mismas fueron insensatamente pintadas, privando a todos de un aporte artístico único.