Casi sin darnos cuenta, la ciudad sigue resignando las casonas que supiero armar su perfil urbano durante los primeros años del siglo XX. Se despiden sin pena ni gloria, al ojo casual de un paseante que por pocas horas alcanza a tomar unas pocas fotografías. Rodríguez al 400, últimos días de una casona. Una excusa, una vez más, para leer a Italo Calvino y su maravillosa obra Las Ciudades Invisibles.
Las ciudades y la Memoria
Al hombre que cabalga largamente por tierras selváticas le acomete el deseo
de una ciudad. Finalmente llega a Isadora, ciudad donde los palacios tienen escaleras
de caracol incrustadas de caracoles marinos, donde se fabrican según las reglas del
arte catalejos y violines, donde cuando el forastero está indeciso entre dos mujeres
encuentra siempre una tercera, donde las riñas de gallos degeneran en peleas
sangrientas entre los apostadores. Pensaba en todas estas cosas cuando deseaba una
ciudad. Isadora es, pues, la ciudad de sus sueños; con una diferencia. La ciudad
soñada lo contenía joven; a Isadora llega a avanzada edad. En la plaza está la
pequeña pared de los viejos que miran pasar la juventud; el hombre está sentado en
fila con ellos. Los deseos son ya recuerdos.