16 de agosto de 2014

Casonas que se van...

Casi sin darnos cuenta, la ciudad sigue resignando las casonas que supiero armar su perfil urbano durante los primeros años del siglo XX. Se despiden sin pena ni gloria, al ojo casual de un paseante que por pocas horas alcanza a tomar unas pocas fotografías. Rodríguez al 400, últimos días de una casona. Una excusa, una vez más, para leer a Italo Calvino y su maravillosa obra Las Ciudades Invisibles.





Las ciudades y la Memoria

Al hombre que cabalga largamente por tierras selváticas le acomete el deseo

de una ciudad. Finalmente llega a Isadora, ciudad donde los palacios tienen escaleras

de caracol incrustadas de caracoles marinos, donde se fabrican según las reglas del

arte catalejos y violines, donde cuando el forastero está indeciso entre dos mujeres

encuentra siempre una tercera, donde las riñas de gallos degeneran en peleas

sangrientas entre los apostadores. Pensaba en todas estas cosas cuando deseaba una

ciudad. Isadora es, pues, la ciudad de sus sueños; con una diferencia. La ciudad
soñada lo contenía joven; a Isadora llega a avanzada edad. En la plaza está la

pequeña pared de los viejos que miran pasar la juventud; el hombre está sentado en

fila con ellos. Los deseos son ya recuerdos.

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